Los partidos Republicano, Libertario y Social Cristiano anunciaron este sábado un acuerdo de coordinación legislativa, cuyo objetivo declarado es “fortalecer la colaboración” entre bancadas que comparten una visión “de orden, libertad y responsabilidad fiscal”. La alianza suma más de 30 diputados y busca convertirse en un bloque compacto para influir decisivamente en las votaciones del Congreso.
Detrás de las fórmulas amables y tecnocráticas, lo que se conforma es un frente reaccionario que agrupa las distintas variantes de la derecha chilena: desde el autoritarismo conservador de los republicanos, pasando por el anarcocapitalismo adolescente de los libertarios, hasta el asistencialismo paternalista de los socialcristianos.
El enemigo común: el Estado social, la redistribución de la riqueza, el feminismo, los pueblos originarios y toda forma de organización popular autónoma.
Una alianza de clase, no de ideas
Aunque los partidos tengan diferencias en estilo, comparten lo esencial: la defensa del capital, la propiedad privada, la familia patriarcal y el orden represivo. En su comunicado conjunto, destacan la necesidad de:
- reducir el gasto público,
- limitar el rol del Estado en la economía,
- fortalecer la seguridad ciudadana,
- y “garantizar libertades individuales” (es decir, desregular el mercado laboral, educacional y sanitario).
En lenguaje marxista: se agrupan para frenar cualquier intento de avance en derechos sociales, mientras aseguran la reproducción ampliada del capital. Es la reacción organizada.
Como escribió Marx:
“Donde la burguesía ve libertad, nosotros vemos dominación. Su libertad es la libertad del capital.”
(Manifiesto del Partido Comunista, 1848)
Parlamento burgués: trinchera del orden, no del pueblo
Este acuerdo parlamentario no es anecdótico ni una simple estrategia electoral. Es la expresión institucional de la ofensiva burguesa, que busca blindar los pilares del modelo chileno: subsidiariedad, privatización, criminalización de la protesta y subordinación al capital extranjero.
La coordinación entre estos sectores no apunta solo a leyes específicas, sino a crear una mayoría programática que bloquee cualquier política redistributiva real, y que prepare el terreno para un nuevo ciclo de restauración neoliberal post-Boric.
¿La “antipolítica”? No. La vieja política de siempre con nueva ropa
Aunque se vistan de “nuevos referentes” o “antisistema”, los libertarios y socialcristianos no rompen con el orden dominante: lo refuerzan desde otros ángulos. El discurso libertario, por ejemplo, oculta bajo el lema de “libertad” una defensa abierta del mercado sin regulación y el debilitamiento de todo poder colectivo. Y el socialcristianismo, con lenguaje de “valores”, es solo moral burguesa disfrazada de compasión.
Esta coalición no combate la casta: es la casta con otro color de corbata.
Conclusión: la derecha se organiza. ¿Y la izquierda?
Mientras los partidos de la derecha más dura se articulan con eficiencia para defender sus intereses de clase, el campo popular sigue fragmentado, sin proyecto histórico, ni coordinación programática real. La pregunta no es si ellos avanzan: la pregunta es por qué la izquierda institucional retrocede o calla.
La lucha de clases no se detiene: ahora avanza por el Congreso con rostro de “libertad”, “orden” y “valores”. Pero su contenido es siempre el mismo: defender los privilegios de unos pocos, a costa de los muchos.