La crisis que golpea la candidatura de Evelyn Matthei, tras la revelación de una red de operadores ligados a su campaña y acusaciones de uso indebido de recursos municipales en Providencia, ha generado una ola de especulaciones entre analistas políticos, divididos entre quienes creen que “todavía puede recomponerse” y quienes advierten que el daño ya es “irremontable” de cara a la carrera presidencial.
Lo cierto es que, más allá de los matices, el caso deja al descubierto el uso estructural del aparato estatal por parte de sectores de derecha para fines electorales propios, una práctica que se repite con impunidad histórica en Chile desde la dictadura.
En el debate televisivo y mediático —reproducido sin tregua por canales afines al oficialismo empresarial— se instaló rápidamente el relato de que los hechos pueden “explicarse”, “corregirse” o “redirigirse”. Algunos comentaristas incluso sugieren que Matthei podría usar la crisis para relanzar su candidatura con “mayor transparencia”.
Sin embargo, desde sectores críticos se apunta a algo más profundo: el modelo clientelista y elitista de gestión municipal que ha convertido Providencia en plataforma de campaña para una figura que encarna los intereses históricos del pinochetismo civil.
“Cuando se trata de la derecha tradicional, el análisis siempre es técnico. Si esto hubiera ocurrido en una comuna popular gobernada por la izquierda, ya estaríamos hablando de intervención judicial y linchamiento mediático”, señala un sociólogo consultado por este medio.
Las revelaciones sobre asesores informales, pagos sin respaldo y operadores instalados en cargos públicos no son meros errores administrativos. Reflejan el funcionamiento real del bloque en el poder: una elite política, empresarial y comunicacional que utiliza el aparato del Estado como botín.
Matthei, ex ministra de Piñera, hija de un general golpista y representante del sector más duro de esa derecha que se presenta como centro, no es una figura “moderna” ni “renovada”, como insiste la prensa afín. Es la expresión pura de la continuidad del régimen neoliberal autoritario chileno, embellecida con lenguaje de gestión.
Las encuestas aún no reflejan todo el daño, pero la disputa interna entre Matthei, Kast y Kaiser ya comienza a agudizarse. Algunos analistas ven en este momento una oportunidad para la ultraderecha republicana de capitalizar la crisis, mientras los sectores moderados del gran empresariado evalúan si redoblar el respaldo o buscar un nuevo rostro.
En cualquier caso, no se trata solo de nombres, sino de fracciones del mismo proyecto de clase: restaurar el orden neoliberal, con o sin democracia.
Mientras la derecha se fracciona, la izquierda real tiene una oportunidad histórica de denunciar no solo los hechos, sino el sistema que los hace posibles. No basta con criticar la gestión de Matthei: hay que poner en cuestión el modelo de alcaldías como feudos, el clientelismo como norma, y la impunidad estructural de las élites.
La crisis de Matthei no es solo un problema para la derecha. Es un síntoma del agotamiento de una institucionalidad capturada, y de la urgencia de construir poder popular desde abajo.