A un año de las elecciones presidenciales de 2026, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva encabeza las preferencias del electorado con un 42% de intención de voto, según la última encuesta del Instituto Vox Populi. A pesar de una feroz ofensiva mediática y judicial en su contra, Lula se mantiene como el principal referente político del Brasil profundo, el del pueblo trabajador, las favelas, los campesinos sin tierra y la juventud precarizada.
Su principal contendiente, el ultraderechista Tarcísio de Freitas —gobernador de São Paulo y delfín político de Jair Bolsonaro— aparece lejano en segundo lugar, con un 28%, mientras que otras figuras de la derecha liberal o del llamado “centrão” apenas alcanzan el 10%.
Desde su retorno al gobierno en 2022, Lula ha debido gobernar en un escenario complejo: por una parte, un Congreso dominado por sectores conservadores y el agronegocio, una justicia parcial y hostil, y una prensa empresarial obsesionada con erosionar su liderazgo.
Aun así, ha logrado avanzar en políticas de reindustrialización, inversión social, defensa del Amazonas y fortalecimiento del Mercosur, además de retomar el protagonismo internacional de Brasil como potencia del Sur Global.
“Lula no es solo un candidato, es la expresión de una esperanza popular que se niega a morir”, señaló João Pedro Stédile, del MST.
El escenario político brasileño no solo enfrenta a dos nombres: enfrenta dos proyectos de país. Por un lado, la continuidad del proyecto democrático-popular, con tensiones internas pero enraizado en la historia del movimiento obrero brasileño y por otro, el regreso de la ultraderecha bolsonarista, ahora reciclada con nuevos rostros pero las mismas recetas: privatización, represión, fanatismo religioso y entrega de recursos al capital extranjero.
La elección de 2026 será una nueva batalla entre el Brasil de la desigualdad y el Brasil que resiste, que organiza, que transforma.
El avance electoral de Lula ha sido acompañado de rumores de desestabilización institucional, como ya ocurrió en 2023 con el intento de golpe liderado por bolsonaristas, hoy bajo investigación judicial. El bolsonarismo no ha desaparecido: se ha replegado en estados clave, en el aparato militar y en el poder económico.
El desafío para Lula no es solo ganar en las urnas, sino garantizar que la voluntad popular se respete, y que el proceso de transformación social no sea saboteado por las élites.
Desde una perspectiva de izquierda, el liderazgo de Lula debe ser defendido críticamente, como herramienta para frenar el avance neofascista, sin dejar de exigir una profundización del proceso popular: reforma agraria, democratización de los medios, control popular de los recursos estratégicos, y poder real para los de abajo.