Por Equipo El Despertar
El proyecto de José Antonio Kast no es simplemente “más conservador” que el resto. Es una recomposición autoritaria del poder burgués, que busca: Restituir la figura del dictador Pinochet como héroe nacional; privatizar lo poco que queda de lo público; militarizar la vida social; y aplastar todo movimiento popular bajo el discurso del “enemigo interno”
En un acto realizado este sábado, el Partido Social Cristiano (PSC) oficializó su respaldo a José Antonio Kast como candidato presidencial, consolidando así un bloque ultraconservador que incluye a los Republicanos, sectores evangélicos, exmilitares, grandes empresarios y grupos empresariales ligados al agronegocio y la especulación inmobiliaria.
La ex ministra del Trabajo y actual candidata presidencial del bloque oficialista, Jeannette Jara, criticó duramente la proclamación, recordando que Kast defiende un modelo de país excluyente, represivo y profundamente regresivo en derechos laborales, sociales y civiles. La respuesta del PSC fue inmediata: acusaron “nerviosismo” en el gobierno y reafirmaron su ofensiva ideológica bajo el lema clásico del neofascismo electoral: “orden, patria y libertad”.
El proyecto de José Antonio Kast no es simplemente “más conservador” que el resto. Es una recomposición autoritaria del poder burgués, que busca: Restituir la figura del dictador Pinochet como héroe nacional; privatizar lo poco que queda de lo público; militarizar la vida social; y aplastar todo movimiento popular bajo el discurso del “enemigo interno”.
La proclamación del PSC no es anecdótica: es una señal clara de que los sectores más reaccionarios del capital chileno se están alineando para construir una alternativa fascista funcional al mercado. Un “nuevo orden” con Biblia en una mano y fusil en la otra.
La candidatura de Kast no crece por carisma ni por ideas. Crece porque sectores del gran empresariado están convencidos de que la democracia liberal ya no les sirve, y necesitan una maquinaria autoritaria capaz de garantizar sus privilegios sin obstáculos sociales ni parlamentarios. En este contexto, las encuestas se afinan, los medios de comunicación lo “normalizan”, y mientras tanto, el discurso de odio avanza con impunidad. No hay que subestimar lo que está en juego: Kast no quiere gobernar, quiere disciplinar.
Mientras la ultraderecha unifica sus fuerzas, la izquierda institucional sigue atrapada en debates meramente parlamentarios, pactando con la DC o con sectores empresariales, sin construir una fuerza popular real que enfrente el avance fascista con organización, programa y movilización.
La candidatura de Kast no se combate solo con denuncias ni con votos de rechazo. Se combate organizando el poder popular en los territorios, repolitizando los sindicatos, y construyendo una alternativa anticapitalista que no tema decir la verdad: la democracia real exige subordinar el poder del capital al bien común.
El bloque Kast–PSC es una amenaza real y concreta a los derechos del pueblo trabajador.
Y mientras los partidos del centro reaccionan con tibieza o indiferencia, el fascismo avanza disfrazado de orden. Pero no lo hace solo. Lo hace con el dinero de los poderosos, con la cobertura de los medios, con el silencio de los jueces y con el miedo de quienes no han aprendido que la historia no perdona a los pueblos que no luchan.