Y si la DC grita es porque su crisis ya no es electoral, sino existencial. La Democracia Cristiana fue durante décadas la fracción “moderada” de la burguesía, encargada de impedir que la lucha de clases tomara forma política real. Administra la conciliación, predica la “justicia social” sin tocar la propiedad, y se presenta como freno a los extremos… siempre que esos extremos no vengan desde arriba
Por Equipo El Despertar
El diputado Alberto Undurraga, Presidente y figura emblemática del sector más conservador de la Democracia Cristiana (DC), amenazó con condicionar su permanencia en la directiva del partido si esta respalda a Jeannette Jara, militante del Partido Comunista, como posible carta presidencial del progresismo. Este gesto, lejos de ser una simple pelea por candidaturas, revela la fractura del “centro político” chileno como espacio real de poder, incapaz de sobrevivir a las tensiones entre el capital, el progresismo tibio y la organización popular.
Y si la DC grita es porque su crisis ya no es electoral, sino existencial. La Democracia Cristiana fue durante décadas la fracción “moderada” de la burguesía, encargada de impedir que la lucha de clases tomara forma política real. Administra la conciliación, predica la “justicia social” sin tocar la propiedad, y se presenta como freno a los extremos… siempre que esos extremos no vengan desde.
En este caso, la posibilidad de apoyar a Jeannette Jara, como lideresa de una coalición que ni siquiera propone una ruptura radical con el modelo neoliberal— ya le parece a Undurraga una herejía inaceptable. Lo que demuestra que el reformismo leve le resulta demasiado peligroso incluso al reformismo católico.
Como explicó Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Las luchas dentro de la burguesía no son por principios, sino por formas de administrar su dominación.” Y eso es lo que estamos viendo: una disputa por quién dirige el pacto burgués de gobernabilidad.
El miedo de Undurraga a Jeannette Jara no es ideológico; es económico y de clase. La sola posibilidad de una figura con etiqueta comunista, aunque desprovista de contenido revolucionario, levanta alarmas en sectores empresariales, eclesiásticos y judiciales. No porque teman una expropiación, sino porque podría reorganizar simbólicamente a las masas populares.
Por eso el anticomunismo persiste como reflejo condicionado de la DC: es una estrategia de contención del pueblo. El reformismo debe ser vigilado, y si es necesario, sacrificado. La DC ya no tiene base social organizada, no dirige sindicatos, no articula movimientos territoriales, no expresa demandas concretas. Sobrevive como maquinaria electoral de cuotas y cargos. Su crisis actual es el resultado inevitable de haber servido durante décadas a un bloque de poder que ahora ya no la necesita.
Como dijo Engels en Anti-Dühring: “Una clase que ha perdido su función histórica está destinada a desaparecer.” Y en el caso de la DC, ni la clase ni la función se sostienen.
La pataleta de Undurraga no es valentía ni visión política. Es la reacción histérica de un gerente de la clase dominante que ve cómo su oficina ideológica se desmorona. Y si el partido decide apoyar a Jara, lo hará no por convicción anticapitalista (que no existe), sino por cálculo frente a una correlación de fuerzas en disputa dentro del progresismo burgués que amenaza a la DC con perder incluso la legalidad.
La lección es clara: el centro político ya no es opción, es obstáculo. Y su crisis es una oportunidad para que los pueblos de Chile se organicen, por dentro y por fuera del juego parlamentario, construyendo poder desde abajo, sin gerentes y sin pactos que busquen disciplinarlos.