Santiago, 6 de julio de 2025.
Las recientes elecciones municipales y de gobernadores dejaron al oficialismo sumido en una derrota predecible. Ante ese escenario, el senador socialista Fidel Espinoza ha salido al ruedo con declaraciones cargadas de recriminaciones personales, apuntando al Frente Amplio (FA), a la ministra del Interior Carolina Tohá y al ministro de la Segpres Álvaro Elizalde como responsables del fracaso electoral. Lo que en los medios se presenta como “crítica interna” o “autocrítica valiente” es, en realidad, la expresión de un reformismo agotado, atrapado entre el oportunismo parlamentario y la falta de proyecto político.
Espinoza, desde hace tiempo enfrentado con las dirigencias del progresismo gobernante, acusó al FA de haber “capturado” el gobierno del Presidente Boric, mientras acusaba al Socialismo Democrático de ser funcional a ese supuesto control. Pero más allá del ruido, lo que las declaraciones del senador revelan es una disputa por las ruinas del oficialismo, donde cada sector busca desmarcarse de una derrota que es colectiva.
La crítica del senador no parte de una reflexión sobre la traición de las promesas de transformación del primer discurso de Boric en 2021, ni del incumplimiento de los compromisos con el movimiento popular, ni de la represión al pueblo mapuche, ni del abandono de la lucha por una Constitución digna. Nada de eso. Su “análisis” se reduce a la gestión comunicacional, a la elección de candidaturas, a los equilibrios ministeriales y a la pérdida de poder de su propio sector. En suma: una mirada puramente electoralista y personalista, propia de actores politicos cada vez más alejados de los intereses de las mayorías.
Espinoza remata su intervención lavándose las manos: “Nosotros, los senadores del PS, no tenemos nada que ver con este desastre”. La frase es reveladora. En lugar de asumir responsabilidades colectivas o preguntarse por qué el pueblo ya no cree en el progresismo institucional, Espinoza actúa como si fuera un observador externo, olvidando que forma parte del mismo aparato político que ha gobernado (y fallado) en los últimos treinta años.
Como es habitual en los sectores más conservadores del PS, su crítica al Frente Amplio no es por falta de radicalidad, sino por exceso: los acusa de “arrogancia”, de “cerrarse entre cuatro paredes” y de “no escuchar”, cuando en realidad lo que ocurre es que todo el progresismo gobernante, incluyendo al PS, ha sido incapaz de conectar con las demandas populares que surgieron con fuerza desde el 18 de octubre de 2019.
La reciente derrota electoral no es culpa exclusiva del FA ni de Tohá ni de Elizalde. Es el resultado de un proceso de descomposición de un progresismo que decidió administrar el modelo neoliberal en lugar de transformarlo. Que abandonó la lucha por una nueva Constitución cuando aún estaba caliente el cuerpo del plebiscito del 2022. Que reprimió al pueblo mapuche, profundizó el extractivismo, y mantuvo el lucro en salud, educación y vivienda.
Mientras discuten si la derrota fue por los candidatos mal elegidos, por falta de comunicación o por mala “estrategia”, en los barrios populares siguen subiendo los arriendos, la represión, la deuda y el costo de la vida. Nadie habla de eso en sus “críticas internas”.
Las declaraciones de Fidel Espinoza no son una autocrítica, sino una operación de desmarque político para proteger cuotas de poder. No hay contenido de clase, ni propuesta alternativa, ni voluntad de transformación. Son síntomas de una política sin pueblo, sin calle y sin futuro.
Mientras los sectores reformistas del oficialismo se pelean entre ellos por los cargos perdidos, el pueblo trabajador necesita construir una alternativa real, anticapitalista, desde abajo, que supere el callejón sin salida del progresismo neoliberal.