La economía política del asunto es simple. El “reconocer” es barato; reordenar cadenas de valor no lo es. ¿Habrá embargo de armas verificable? ¿Condicionamiento de compras públicas y finanzas a empresas que lucran con la ocupación? ¿Apoyo material a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional y cumplimiento de las medidas de la Corte Internacional de Justicia? Sin esos tornillos, el reconocimiento es un cambio de semántica sobre un territorio asediado. Marx lo dijo sin rodeos: “Entre derechos iguales decide la fuerza” (El Capital, Libro I, Obras Escogidas, Progreso, 1980). La fuerza aquí son puertos, municiones, seguros y banca corresponsal.
Por Equipo El Despertar
Al menos diez países planean reconocer al Estado de Palestina durante la semana de la Asamblea General de la ONU. La lista que circula, Francia, Bélgica, Canadá, Malta, Australia, Luxemburgo, Andorra, Portugal, Reino Unido; con San Marino y Nueva Zelanda asomando, luce como “golpe diplomático” a Israel en pleno genocidio que, según los reportes oficiales, ya suma más de 65.000 muertos en Gaza y escalada de agresiones en Cisjordania ocupada, aunque según datos no oficiales las victimas podrían superar en 8 veces los datos oficiales. La Ministra de Asuntos Exteriores y Expatriados de la ANP, Varsen Aghabekian, fue clara: ya no bastan condolencias; hace falta decir qué hará cada Estado para que la independencia se materialice.
El gesto llega con la escena de fondo: veto de EE.UU. a un alto el fuego “inmediato, incondicional y permanente”, negación de visados a diplomáticos palestinos e invitación abierta a Benjamín Netanyahu, sobre quien, según se indica, pesa orden de detención de la CPI por genocidio, para pasearse por Nueva York. Si el reconocimiento no viene acompañado de cortes de flujo (armas, tecnología de vigilancia, cooperación opaca) y de protección efectiva a la población civil, la “comunidad internacional” estará estampando sellos sobre un mapa sin aeropuerto.
La economía política del asunto es simple. El “reconocer” es barato; reordenar cadenas de valor no lo es. ¿Habrá embargo de armas verificable? ¿Condicionamiento de compras públicas y finanzas a empresas que lucran con la ocupación? ¿Apoyo material a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional y cumplimiento de las medidas de la Corte Internacional de Justicia? Sin esos tornillos, el reconocimiento es un cambio de semántica sobre un territorio asediado. Marx lo dijo sin rodeos: “Entre derechos iguales decide la fuerza” (El Capital, Libro I, Obras Escogidas, Progreso, 1980). La fuerza aquí son puertos, municiones, seguros y banca corresponsal.
La disputa no es solo jurídica, es colonial: tierra, agua, movilidad de la fuerza de trabajo palestina, fragmentación territorial. Un “Estado” que no controla fronteras ni recursos es soberanía amputada. Israel, por su parte, no esconde el programa: el propio Netanyahu reafirma que no habrá Estado palestino, mientras su ministro de Finanzas propone anexar el 82% de Cisjordania. Reconocer sin capacidad coercitiva que obligue a desmantelar el régimen de ocupación es bautizar como “independencia” lo que sigue siendo subordinación.
También hay aritmética de clase transnacional. El complejo militar–tecnológico que abastece la guerra cobra en efectivo; los fondos que “reconstruyen” ruinas prometen rendimientos futuros; y en el medio, la ayuda humanitaria funciona como válvula del asedio. Si Lisboa, París o Ottawa dan el paso, que lo traduzcan en presupuesto para corredores desmilitarizados, suspensión de licencias a exportadores de armas implicados y boicot a contratos con empresas del apartheid. De lo contrario, ganarán los de siempre: fabricantes de muerte ayer, contratistas de escombros mañana.
Los Estados saben lo que hacen. “El poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Marx y Engels, Manifiesto, Obras Escogidas). Ese comité europeo podrá posar de conciencia del mundo, pero decidirá en última instancia si pesa más la balanza comercial o la vida civil. Si EE.UU. niega visas a la ANP y vuelve a blindar a su aliado con veto, la Asamblea mostrará la grieta entre mayoría moral y minoría con poder de fuego.
Reconocer a Palestina puede ser piso de una estrategia seria, si viene con costos reales para los perpetradores y transferencia de poder a los desposeídos, o techo de la hipocresía. La carta del Gobierno palestino al Consejo de Seguridad pide detener una “agresión genocida”. Si la respuesta son solo discursos y mapas, tendremos un nuevo rito sin consecuencias. Si la respuesta es material, quizá estemos viendo el principio del fin de una política de asedio que convirtió a Gaza en un manual de necroeconomía.