Francisco Orrego es la cara joven de una derecha vieja, dividida entre la tecnocracia pinochetista de Matthei y el neofascismo reaccionario de Kast. Pero él no se define por ideas, sino por fidelidad partidaria. Por eso votaría por cualquiera. Por eso repite como loro la frase “unidad, unidad, unidad”. Porque no está ahí para transformar el país, sino para sostener el poder de los que lo gobiernan desde siempre.
Por Equipo El Despertar
Francisco Orrego, militante de Renovación Nacional, rostro habitual del circo televisivo de Sin Filtros y actual candidato a diputado, acaba de despejar, en una entrevista a The Clinic, cualquier duda sobre su lealtad ideológica: “Voy a respaldar a cualquier candidato de derecha que pase a segunda vuelta, sin ningún tipo de condición.” Una forma de reconocer que vive sin ideas, sin proyecto, pero con la derecha hasta la muerte.
En otras palabras, la política no es un espacio de principios, sino de obediencia partidaria, y para Orrego, lo mismo da Evelyn Matthei que José Antonio Kast, mientras ambos se mantengan del lado “correcto” del espectro político: el lado de la burguesía, el orden represivo y el mercado desregulado.
“La libertad es el derecho a obedecer dentro de los límites del capital.”
— Marx, reinterpretado para la derecha criolla
Francisco Orrego dice apoyar a Evelyn Matthei. Dice también que le habría gustado tener un rol en su comando, pero no se lo han ofrecido. Se toma fotos solo, publica reels, declara su amistad con Rodolfo Carter (otro derechista extraviado), y se lamenta porque “no lo dejaron competir”. Se queja de que no hay liderazgo, pero promete obediencia.
¿Y entonces, cuál es su aporte? Un discurso de mano dura, antisistema, pero dirigido a fortalecer el sistema. Defiende a Matthei por ser “valiente”, pero sin convicción programática. Alaba a Kast por su “consecuencia”, pero lo apoya solo si “le toca”. Se proyecta como “diferente”, pero repite el libreto más rancio de la derecha populista: cárceles, represión, fronteras militarizadas, y una cruzada moral contra los “delincuentes”.
Habla de los “ciudadanos comunes” mientras representa a los mismos intereses económicos que saquean el país con fraudes previsionales, colusiones alimenticias y campañas financiadas con coaching encubierto.
En el fondo su lema, pareciera ser unidad, unidad, para defender al capital. Francisco Orrego llama a la unidad de la derecha. Y lo hace con el entusiasmo de quien no tiene dudas ni principios. Él votaría por cualquiera, Matthei, Kast, Parisi, un cactus vestido de carabinero, si eso significa mantener el orden neoliberal. Porque, claro, “el país necesita unidad”.
Unidad de qué, ¿para qué? ¿Unidad para perpetuar las AFP, a las que jamás critica? ¿Unidad para militarizar territorios y encarcelar al pueblo mapuche? ¿Unidad para seguir vendiendo el cobre, el litio y el agua a precio de saqueo? ¿Unidad para blindar a la clase empresarial de toda fiscalización real?
Llamarle “unidad” a esa coalición de intereses es una ofensa a cualquier concepto de política emancipadora.
“Los conservadores llaman orden al sistema que garantiza su dominio.”
— Lenin
Lo más revelador del personaje Orrego es su vocación por convertir el Congreso en una extensión del plató televisivo. Ya no se trata de ideas, sino de estilo: “frontal”, “sin miedo”, “a muerte”, dice, como si el Parlamento fuera un ring de lucha libre.
Todo ese tono pseudomasculino y agresivo esconde una profunda ausencia de proyecto. No tiene propuestas reales sobre salud, educación o trabajo. Solo repite eslóganes: “mano dura”, “delincuente preso o muerto”, “seguridad”, “orden”.
Ni una palabra sobre los abusos empresariales, el endeudamiento popular, la crisis habitacional, la mercantilización de la salud, o el colapso ambiental del extractivismo. Nada. Orrego no discute política: recita líneas de campaña diseñadas para la viralización. Y por eso, precisamente, no tiene cabida en el comando de Matthei. Porque no suma credibilidad. Porque no representa a nadie más que a sí mismo y su algoritmo.
Francisco Orrego es la cara joven de una derecha vieja, dividida entre la tecnocracia pinochetista de Matthei y el neofascismo reaccionario de Kast. Pero él no se define por ideas, sino por fidelidad partidaria. Por eso votaría por cualquiera. Por eso repite como loro la frase “unidad, unidad, unidad”. Porque no está ahí para transformar el país, sino para sostener el poder de los que lo gobiernan desde siempre.
El problema es que Orrego no es una excepción. Es el síntoma de un sistema político agotado, donde los rostros se renuevan, pero las estructuras siguen siendo las mismas: la defensa del capital, la represión del pueblo, la criminalización de la pobreza.