La señal tiene una lectura geopolítica evidente. La apuesta de “tres cuerdas” busca reducir costos de polarización en un mundo fragmentado; pero corre el riesgo de convertirse en inmovilidad con jerga elegante. Samir Amin llamó a esto imperialismo colectivo: cuando el centro capitalista reparte cartas, el Sur se “integra” por la ventanilla que le abren. Decir que Chile “abre el campo” sólo vale si hay política industrial, financiera y tecnológica propia; sin eso, las “tres cuerdas” pueden ser tres correas de transmisión de ajenas prioridades.
Por Equipo El Despertar
Jeannette Jara viró. La abanderada de Unidad por Chile, que durante la primaria defendió con entusiasmo que Chile ingresara a los BRICS, y levantó la mano en el debate de septiembre ante la pregunta directa, ahora marca distancia. En el ciclo de la Universidad del Desarrollo, respondió que, dado el momento geopolítico, cualquier definición anticipada sería “poco prudente” y que, si llega a La Moneda, aplicará la “teoría de las tres cuerdas”: mantener buena relación comercial con Estados Unidos, China y la Unión Europea bajo la conducción internacional del Otanista Heraldo Muñoz. Es un cambio notorio tras meses de empujar el ingreso al bloque fundado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
El matiz no es sólo técnico; es político. En campaña, Jara había defendido los BRICS como “mercados importantes” y alianzas estratégicas para el desarrollo, diferenciándose de la carta del Socialismo Democrático, Carolina Tohá, que le enrostró contradicciones en DD.HH.. Ahora, la candidata opta por una no alineación blanda que evita compromisos identitarios y habla de prudencia. El espejo electoral está a la vista: una parte del oficialismo pide diversificar y otra teme el costo simbólico de acercarse a un bloque donde Rusia y China pesan más que el resto.
La señal tiene una lectura geopolítica evidente. La apuesta de “tres cuerdas” busca reducir costos de polarización en un mundo fragmentado; pero corre el riesgo de convertirse en inmovilidad con jerga elegante. Samir Amin llamó a esto imperialismo colectivo: cuando el centro capitalista reparte cartas, el Sur se “integra” por la ventanilla que le abren. Decir que Chile “abre el campo” sólo vale si hay política industrial, financiera y tecnológica propia; sin eso, las “tres cuerdas” pueden ser tres correas de transmisión de ajenas prioridades.
Jara agregó una advertencia atendible: soberanía. Puso el ejemplo argentino —los condicionamientos para “préstamos multimillonarios” y la presencia de militares estadounidenses en instalaciones—, y dijo claro: “para mí la soberanía se respeta”. Un buen punto: la integración no vale si se firma con letra chica militar. Pero aquí aparece la contradicción: si el mensaje es autonomía, cerrar la puerta (o dejarla entreabierta) a los BRICS sin proponer mecanismos concretos de financiamiento, comercio en monedas locales, bancos de desarrollo y cadenas productivas regionales, equivale a descartar un vector del mundo real sin crear otro.
Desde el ángulo doméstico, el giro reordena tensiones. En junio–septiembre, la postura pro-BRICS le permitió a Jara diferenciarse dentro del oficialismo y anclar un relato de diversificación. Hoy, la misma candidata opera hacia el centro con una fórmula que tranquiliza a quienes temen espantar al establishment financiero. Gramsci lo habría leído como búsqueda de hegemonía por arriba: se moderan los bordes para no disparar alarmas. El costo puede ser la difuminación del proyecto: menos audacia y más ambigüedad en un tema donde el país demanda rumbo.
La verdad incómoda es que la triángulación ya existe: Chile depende comercialmente de China, tecnológicamente de EE.UU./UE y financieramente de mercados que miran a Washington. La pregunta es si el país aprovecha la competencia entre polos para ganar grados de libertad —financiar transición productiva, reponer márgenes fiscales, blindar soberanía digital— o si sólo declara una “equidistancia” que aplaza decisiones. Marx lo decía a su modo: las “prudencias” que dejan intactas las relaciones de fuerza no cambian el contenido; sólo el envoltorio.
Un camino intermedio exigente es posible: ingresar a los BRICS con condiciones (cláusulas de transparencia, respeto a estándares laborales y ambientales, compromiso con mecanismos de pago en monedas locales y acceso a financiamiento para proyectos de valor agregado en Chile), sin romper con EE.UU./UE y blindando soberanía (nada de equipamiento militar a cambio de deuda, nada de bases ni “cooperación” intrusiva). Si no se formula así, la “prudencia” se parece demasiado a renunciar a herramientas en nombre de no molestar a nadie.
En suma, Jara cambió de tono porque el tablero presiona. Pero la coherencia se mide en políticas, no en slogans. Si la “teoría de las tres cuerdas” no viene con banco de desarrollo, encadenamientos productivos, monedas locales, resguardo de datos y cláusulas de soberanía frente a todos los polos, será triangulación retórica. Si se anima a poner esos mínimos duros sobre la mesa —con BRICS, con EE.UU. y con la UE—, la prudencia dejará de ser retroceso y podrá leerse como autonomía en serio. De lo contrario, el país seguirá en el mismo lugar: extrayendo, importando valor y esperando.
